Por: Carlos Valverde, Socio Deloitte Legal
La pandemia continúa y la economía sufre. No hay certeza sobre nuestra recuperación, aunque sabemos que será lenta y costosa. Enfrentar la situación requiere pensamiento y acción en muchos campos. Hay que entender lo que sucede hoy, cómo nos afecta y solucionarlo en función del mañana.
La ISO22301 define crisis como: “una situación con un alto nivel de incertidumbre que afecta las actividades básicas y/o la credibilidad de la organización y requiere medidas urgentes”. No obstante, esta realidad de hoy, el mundo sigue su marcha. Los negocios y las actividades están afectados, pero no pueden detenerse.
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Debemos actuar con resiliencia e inteligencia. Cada empresario requiere consejo y apoyo. Son muchos los campos involucrados y la visión debe ser de conjunto. La crisis se manifiesta de manera compleja. Son muchos los factores involucrados: esquemas legales, relaciones económicas y financieras, noticias propiciadas por las redes sociales, efectos locales e internacionales, etc. Por ello, la gestión de la crisis requiere de conocimiento especializado, dedicación y medidas fuertes.
Es importante comprender cómo estamos, qué nos afecta y contra qué luchamos. Entendido esto, es necesario reorganizar nuestras fuerzas, para tener oportunidad de sobrevivir y superar el problema. Esto se logra mediante la resiliencia, que es nuestra capacidad para afrontar y recuperarnos ante una crisis, adaptándonos a un nuevo entorno. La resiliencia fortalece, a pesar de las dificultades, requiere creatividad e innovación, permite el desarrollo de habilidades que generan el talento y los recursos para salir adelante.
La resiliencia obliga a cambiar nuestra mentalidad, del hoy al mañana. El líder resiliente debe inspirar a sus equipos, para aspirar realmente a la recuperación. Un plan de acción requiere una metodología para seguir adelante con “LO QUE VIENE” del negocio. Hay que mitigar los efectos de la crisis, mientras la organización sigue en actividad. El plan define tres fases: Primero hay que hace un diagnóstico y recomendación para identificar los escenarios de riesgo, anticipar y minimizar sus efectos. La estrategia debe ser realista. Para ello necesitamos rodearnos de buenos consejeros, prioridades, responsabilidades y roles y planificar los pasos a seguir.
Es necesario un flujo adecuado de fondos que nos permita operar (“Cash is King”). Esto obliga a tener control sobre los costos operativos, los ingresos previstos, posibles retrasos en los cobros y los pagos a proveedores. Debemos hacernos ciertas preguntas, cuyas respuestas son básicas para definir acciones.
Abogados, asesores financieros, etc. pueden ayudar a afinar resultados para tener claras los efectos de cualquier decisión: ¿puedo sostener mi actividad?, ¿debo variar cómo opero?, ¿puedo mantener mis colaboradores y mis activos como hasta ahora?, ¿cómo manejo mis obligaciones de pago ante terceros (bancos, proveedores, etc.)?, ¿puedo esperar que mis deudores me paguen?
¿Qué esperar de mi abogado?
Las respuestas legales deben medirse como efectos de corto, mediano y largo. El derecho laboral ofrece opciones. Para proteger mi negocio, debemos: tomar medidas de seguridad en áreas de trabajo, tener protocolos claros frente a infecciones, fomentar el teletrabajo, cumplir con el distanciamiento para reducir contagios, facilitar medios de transporte seguros al centro de trabajo y proveer equipo de seguridad eficiente.
Otras medidas incluyen: repensar los puestos de trabajo y eliminar funciones y duplicidades, reducir jornadas de trabajo, variar horarios o trasladar empleados a otras líneas de producción, eliminar o suspender las líneas ineficientes, hacer reducciones planificadas en el personal. Algunas de estas medidas se pueden tomar en acuerdo con los colaboradores o con autorización de la Inspección de Trabajo. Un especialista nos debe orientar. Hay que saber el costo y el beneficio de cada una de ellas.
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