(M&T)-. La agroindustria de América Latina y el Caribe podría beneficiarse de una transformación productiva que facilite su inserción en las cadenas globales de valor, según un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo y de BID Invest.
Competir en la Agroindustria: Estrategias Empresarias y Políticas Públicas para los Desafíos del Siglo XXI – parte de la serie de reportes microeconómicos del BID – analiza los retos que enfrenta la agroindustria como la necesidad de innovación y modernización, y la inclusión en su estrategia de negocios de los desafíos ambientales. El estudio detalla las políticas públicas que pueden facilitar la inversión y expansión de la agroindustria.
El libro – realizado conjuntamente por investigadores del BID y de BID Invest, la entidad del Grupo BID que presta al sector privado – revisa más 30 estudios de caso de inserción internacional en mercados agroalimentarios, desde grandes empresas verticalmente integradas, hasta cooperativas y las llamadas “empresas tractoras”, que permiten a pequeños productores integrarse a las cadenas agroalimentarias globales.
“Tradicionalmente, nuestras exportaciones agrícolas han reflejado nuestra abundancia de recursos naturales, como el agua de la pampa húmeda y la fertilidad de las tierras de nuestros valles andinos”, dijo el Presidente del BID, Mauricio Claver-Carone. “Las nuevas tendencias en los mercados agroalimentarios modernos nos abren la oportunidad para que nuestros productores agroindustriales puedan mostrar su ingenio empresarial, su capacidad para incorporar tecnología, y su cuidado del medio ambiente”. “El estudio muestra cómo la agroindustria puede ser un motor para el desarrollo y la creación de empleos”, agregó. “Me da gusto, además, que varios de los casos discutidos en el libro que involucran a pequeños campesinos, han sido financiados o invertidos por BID Lab o BID Invest. Cuenten con el Grupo BID como socio cercano del sector público y empresarial para desatar una transformación agroindustria sostenible”.
Para integrarse a las cadenas de valor agroalimentarias modernas, los productores deben alcanzar estándares de calidad y de cumplimiento con las condiciones comerciales que exigen los compradores internacionales. Los consumidores, por su parte, quieren cada vez más información sobre el impacto social y ambiental de los productos que consumen. La promoción de la inclusión en las cadenas globales de valor es uno de los ejes de acción de la Visión 2025 del BID, para fomentar una recuperación económica sostenible.
Los casos de éxito en agronegocios en el libro no se enfocan en commodities, sino en diferentes estrategias de diferenciación y agregación de valor, que van desde el aprovechamiento de la contra estación en el hemisferio norte hasta la adopción de certificaciones ambientales y sociales y la búsqueda de atributos como mejor sabor y tamaño, o mayor durabilidad en los anaqueles. En un contexto en el que ciertos insumos –como el combustible y los fertilizantes— han incrementado sus precios en forma significativa por la invasión de Rusia de Ucrania, estas estrategias de diferenciación se vuelven aun mas importantes.
La organización de la producción de las empresas que han logrado integrarse de manera exitosa a las cadenas de valor en agronegocios es variada. Algunas son firmas grandes, verticalmente integradas, que están en la frontera tecnológica en sus respectivos sectores. Pero un elemento importante y atractivo del sector de agronegocios es su capacidad de integrar a las cadenas de valor modernas a los pequeños productores, muchos de ellos de comunidades indígenas, o de la agricultura familiar campesina, señala el reporte.
Estos productores difícilmente se podrían integrar trabajando de manera individual. Lo hacen ya sea agrupándose en cooperativas o asociaciones de pequeños productores, o trabajando con firmas más grandes que les proveen asistencia técnica y financiamiento, y los ayudan a conectarse con las oportunidades que brinda un mundo globalizado. Los ejemplos del libro van desde la miel orgánica producida con esquemas de comercio justo por cooperativas de apicultores de la ecoregión del Gran Chaco en Argentina, hasta los pequeños productores de mango orgánico de Nicaragua.
El libro muestra la importancia del trabajo conjunto entre los sectores público y privado, e identifica el tipo de bienes públicos que se requieren para facilitar el éxito de los agronegocios. Esto va desde la negociación de protocolos sanitarios y fitosanitarios para facilitar la inserción internacional hasta la inversión en la infraestructura como un bien público esencial. Por ejemplo, la revolución de la agricultura en la costa peruana no hubiera sido posible sin las grandes obras de infraestructura de riego llevadas a cabo por el gobierno, que permitieron que lo que era un desierto se transforme en una de las zonas de mayor producción frutícola del mundo.
Los gobiernos también deben incentivar una mayor inversión en conectividad en telecomunicaciones, ya que solo el 37% de la población rural de América Latina y el Caribe cuenta con esos servicios de manera significativa, lo que dificulta generar los sistemas de trazabilidad exigidos en forma creciente por los mercados externos.
El libro destaca la importancia de incorporar a los pequeños agricultores a la agricultura moderna, adoptando procesos productivos que sean resilientes al cambio climático, y desatando el enorme potencial del sector en América Latina y el Caribe.
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